Alguna vez me han preguntado si la orientación sexual influye en lo que uno escribe. Me corrijo: alguna vez me han dicho, normalmente de forma airada, que por qué mi sexualidad tiene que influir tanto en las cosas que escribo.
La orientación sexual influye en lo que uno escribe del mismo modo que todo lo que uno es, lo que ha vivido y soñado, sus inquietudes y obsesiones, influyen en lo que uno escribe. Me sé de grandes escritores que dan vueltas una y otra vez a temas parecidos y fórmulas análogas, aunque con argumentos diferentes (por eso son grandes).
Conozco personas para quienes su orientación sexual está muy desconectada de lo que escriben. En general, en estos casos se trata de lesbianas, grandes escritoras, que escriben sobre personajes heterosexuales o simplemente en géneros donde el romance tiene menos cabida (histórico, thriller, infantiles, etc.). Hay algunas escritoras famosas de este tipo, como Val McDermid. En las personas que he conocido, había una cierta tendencia a pensar que, con lo bien que escribían, no debían centrarse «exclusivamente» en personajes homosexuales (N.B.: algunas NUNCA escribían sobre homosexuales). Incluso una me comentó una vez, motu proprio, que no sabía por qué su propia experiencia sentimental estaba tan desconectada de lo que escribía.
También he conocido el caso contrario. Por ejemplo, las mujeres que escriben (y leen) romance gay son legión, tanto en la fanfiction como en la ficción profesional. La explicación habitual, con la que comulgo como lectora, es que se trata de un ámbito algo menos estereotipado y donde la identificación funciona de una manera distinta, lo que permite una experiencia distinta de lectura. Nisa Arce suele escribir romance homosexual y lo hace estupendamente. Y aunque conozco menos el caso contrario, también he visto escritores a los que les gusta crear personajes de mujeres lesbianas o bisexuales. El cliché dice que este interés es mayormente sexual o estético, pero no siempre es cierto. Algunas de estas historias, que a menudo mezclan el género romántico con la ciencia ficción o la comedia, podría haberlas escrito yo (eso, o mis personajes son tan superficiales como los de estos hombres).
El problema es que mientras que las lesbianas o los gays que escriben sobre pasiones heterosexuales no levantan ninguna ceja, escribir sobre relaciones homosexuales está sometido a un perenne escrutinio. Y parece que, cuando un autor habla a menudo de este tema, tiene que justificar su interés por él de algún modo. Es un poco como si tú escribes con frecuencia sobre vampiros y hombres lobo y la gente viniese a preguntarte que por qué precisamente, de entre todos los temas del universo, eliges hablar sobre vampiros y hombres lobo.
Lo que hay detrás de estas preguntas es la asunción, todavía muy enquistada, de que la literatura «seria» solo abarca una serie de temas y que las relaciones homosexuales no forman parte del canon de la literatura seria. Es un poco como escribir humor: La conjura de los necios solo hay una, y todo lo que no sea La conjura de los necios se considera poco más que un chascarrillo. (*)
En general, uno escribe sobre las cosas que más le interesan o le intrigan. Es totalmente lícito que un escritor heterosexual escriba sobre un personaje homosexual, y viceversa. Incluso si lo hace a menudo. Incluso si lo hace SIEMPRE. Incluso si todos sus personajes son gays o viceversa. Es su mundo y hay muchas razones para su decisión. De algún modo, es parecido a cuando una mujer no escribe «literatura femenina» y por tanto queda fuera del canon. En lugar de cuestionarlo, deberíamos celebrar la diferencia y la posibilidad de que haya distintas perspectivas. Cuestionarse continuamente el por qué de los mundos de un escritor es tan fútil como preguntarse por qué Lorca escribía siempre sobre andaluces.
Con todo, es verdad que la resistencia cuando un autor no es heterosexual y escribe sobre personajes no heterosexuales es aún mayor. Yo misma no estoy libre de culpa. Vuelvo a los casos de autores homosexuales que sí escriben (fundamentalmente) sobre homosexuales. Me encantan los libros de Isabel Franc, pero a veces me he encontrado pensando: joder, necesito un respiro de tanto bollerío. Quizás esto sea en parte porque la llamada «literatura LGBT» siempre ha tenido, y es lícito, un maridaje con el activismo social y político. Muchas de estas autoras escriben con una lectora lesbiana en mente, y no solo eso, sino a menudo una lectora lesbiana y conocedora del ambiente lésbico (algo que no soy). Todos los libros contienen un mundo de referencialidad que se despliega ante el lector; quizás lo que temían las primeras autoras a las que hacía referencia, las que NUNCA escribían sobre homosexuales, era precisamente esto: desviarse del canon generalista de forma que «alienasen» a su lector no homosexual. Porque querían gustar a ese lector, que en el fondo aun hoy es la norma, el crítico: agradarle era un éxito, y no agradarle, un fracaso.
Pero eso no impidió a Jack Kerouac escribir En la carretera describiendo todo un ambiente beatnik que no tenía nada que ver con el de muchos lectores que lo leyeron por primera vez. Eso no ha impedido a muchísimos autores escribir infinidad de libros que hablan de mundos muy concretos, reales o inventados, y que hoy día se han convertido en clásicos. (Los que nos gusta la fantasía sabemos de lo que hablamos; otro género que, a pesar de su historia y su enorme presencia, ha estado siempre relegado a los márgenes y solo con gran esfuerzo se está abriendo camino en la literatura «seria».)
Mi objeción es que, por muy referencial que nos parezca un mundo, el texto (y el autor) tiene todo el derecho del mundo a imaginar su lector ideal como le dé la gana. Y en repetidas ocasiones se ha demostrado que mundos muy específicos conectan con lectores totalmente diferentes por otras razones.
Cuando yo escribo, inconscientemente imagino un lector. En mi caso, como en el de muchos otros autores, soy yo. Yo de jovencita, yo con ganas de reírme, yo nacida unas décadas después o yo muy seria, pero básicamente es alguien que comparte mis características básicas. Mi sexualidad es algo divertido que incluye a hombres y a mujeres, pero sobre todo me fascinan las relaciones entre mujeres, del mismo modo que me intrigan aspectos como la pérdida de la juventud o el control en las relaciones interpersonales.
Con estas premisas, creo que es bastante lógico que escriba lo que escribo. A las personas que se interrogan sobre por qué un 80-90% de mis protagonistas no son heterosexuales me encantaría preguntarles por qué un 100% de sus protagonistas sí lo son, además de blancos, hombres y con una actitud de desprecio+superioridad hacia el mundo que los rodea. Postureo aparte, supongo que esa actitud viene refrendada por la seguridad que da estar en la norma.
Esta entrada está inspirada en el artículo de Junot Diaz sobre la ausencia del aspecto racial en la literatura y en los másteres de escritura creativa.
(*) Hay otra estrategia de invisibilidad/integración en el sistema que consiste en alabar la obra e ignorar estos aspectos en la crítica, de manera que solo te enteras de que una obra contiene humor u homosexuales por pura casualidad. Se da especialmente con la literatura catalogada como… seria.
Interesante reflexión, para la que yo solo podría tener una respuesta exprés: influye tanto y en la misma medida que en el resto de cosas que hago. Por ejemplo, sonarme la nariz. ¿Lo hago como “solo” persona o como lesbiana? Ambas, digo yo. Claro, que sonarse la nariz no es un ámbito en el que se plasme nada cuantificable o presto a ser analizado. Así que pasemos al centro de la cuestión: ¿escribo como lesbiana? ¿Influye el hecho de serlo en todo lo que escribo? Pues aquí sí tendría un SÍ categórico, porque en efecto es así, y lo es por una sencilla razón: escribo sobre lo que me gusta leer. Y puedo leer ciencia ficción, romántica, de aventuras, intriga, histórica, etc., y no me importa hacerlo con protagonistas heterosexuales, PERO, ¿dónde y con quién alcanzo la mayor identificación? Con mujeres lesbianas, obviamente. Ergo, escribo lo que siento, escribo sobre lo que me motiva, escribo sobre lo que me apasiona, y eso son historias con mujeres y de mujeres que se relacionan entre sí a un nivel tanto sentimental como emocional.
A mí hace poco me hicieron una pregunta muy interesante, me preguntaron: “¿Y tú piensas en tus lectores a la hora de escribir?”. Y yo les dije: “No. Absolutamente no. En la única en la que pienso a la hora de escribir es en mí” (exacto, “uno escribe sobre las cosas que más le interesan o le intrigan”). Y es así. Tal vez podría parecer una especie de egoísmo onanista, pero creo que es todo lo contrario: yo pienso que si soy feliz escribiendo, si lo que hago me hace vibrar, si amo lo que hago, si logro plasmar esa pasión en las líneas, estoy segura de que gran parte del camino para conectar con la lectora está hecho (y uso el femenino porque son mujeres y son lesbianas las que conforman el grueso de quien me lee). ¿Es eso bueno, es eso malo? ¿Centrar mi producción en la literatura lésbica me restringe, me mete en un gueto? Pues, sinceramente, no creo que ni mayor ni peor que en el que está metido, por ejemplo, John Grisham. Pero, ¿qué pasa? ¿Cuál es la diferencia para que lo primero se tienda a calificarlo como tal y lo segundo no? Pues la estadística, la pura y simple estadística. Porque si las lesbianas fuésemos legión, fuésemos mayoría, todo debate se fulminaría enseguida. Porque solo se señala lo diferente, lo minoritario. Y así, como tú bien observas, a nadie se le ocurre preguntarle a cualquier otro autor por qué escribe la literatura que escribe y por qué sus protagonistas son siempre heterosexuales (la típica preguntita de marras de “¿Y tú, escribirás alguna vez alguna historia con protagonistas heteros?”. Coño, ¿a que eso no se lo preguntan a Ruiz Zafón?).
Yo lo que trato también, desde mi aportación, desde lo que pueda hacer, bien, mal o peor es, por un lado, tratar de equilibrar la balanza [no nos engañemos, el mundo es suyo: el mundo es heterosexual (y blanco, y varón)], escribiendo y ofreciendo historias con protagonistas lesbianas (una gota en un océano, lo sé. No creo que jamás se equilibren las fuerzas, ellxs serán siempre más y el grueso de la producción irá, inevitablemente, a un/a lector/a heterosexual. Pero ahí estamos :O)). Y, por el otro, desde toda mi humildad, tratar de hacerlo lo mejor posible, por si alguno “del otro bando” se asoma a alguna de mis historias y pueda decir: “Oye, pues tampoco está tan mal esto. Voy a darle una oportunidad”, sin importarle la orientación sexual de sus personajes.
Que lo consiga o no, eso ya es otra historia.
¡Uf! ¿sabes que me cuesta mucho comentar? Pero no me quería quedar con las ganas 🙂
Yo creo que nuestra orientación sexual influye en lo que escribimos y lo que no escribimos. Y también en cómo lo escribimos. Yo me pregunto ¿de verdad alguien cree que no influye?
Es parte de nosotros mismos, independientemente de cómo la vivamos. Y es extrapolable a cada aspecto de nuestra persona y de nuestras vivencias.
Supongo que el problema es, como en todos los ámbitos, que el canon de lo que es literatura se mide en base a una mayoría, el grupo de influencia o poder, o esos «blancos, hombres y con una actitud de desprecio+superioridad hacia el mundo que los rodea».
Y lo que no se ajusta, se ignora, o con suerte se desprecia con la etiqueta correspondiente: «literatura lésbica», «literatura para chicas», «literatura andaluza», «literatura afroamericana». Hasta que, poco a poco, puede ir asumiéndolas por su valor literario. Es interesante otro debate a colación de la responsabilidad y el activismo que se le impone al escritor en ese momento, pero no es el momento ^^´.
E̲s̲c̲r̲i̲b̲i̲r̲ ̲p̲a̲r̲a̲ ̲e̲l̲ ̲c̲a̲n̲o̲n̲
Afortunadamente y gracias a internet ahora quizás es más fácil conectar con tu público (eso merece otro debate). Y si escribes bien, con todo el público. Al fin y al cabo, no somos tan diferentes ni en el espacio ni en el tiempo, ni ha hecho ni hace falta comprendernos totalmente para conectar. Y podemos sentirnos tristes cuando Peter nos hace el vacío, aunque no seamos capaces de imaginar qué supone estar dos años escondidos en una casa para sobrevivir a la persecución nazi. Y podemos sentirnos solos y extenuados por la responsabilidad desde nuestro rincón de lectura, aunque no estemos en la Escuela de Batalla, ni a las puertas de Troya, ni en el bosque de Dean.
E̲s̲c̲r̲i̲b̲i̲r̲ ̲p̲a̲r̲a̲ ̲t̲i̲
Opino como Clara: Yo creo que cada uno debe escribir para sí mismo. Y me voy a enrollar con dos anécdotas que lo ilustran, por si quieres dejar de leer :D.
Hace tiempo escuché a mis tíos decir que Pérez Reverte había encontrado la fórmula «perfecta» para hacer libros. Estaban bien estructurados, con buen ritmo, ambientación, le salían como churros…pero les faltaba algo. Les gustaban…pero no les gustaban. Yo creo que habían perdido el alma.
Cuando leí La loca de la casa de Rosa Montero me llamó mucho la atención una anécdota. Apenas de pasada contaba que se dio cuenta de que, sin saber muy bien porqué, siempre incluía en sus novelas un personaje con alguna deformidad. Repasó sus creaciones y estos personajes no tenían nada en común más allá de ese rasgo que les diferenciaba de la mayoría tanto o tan poco como entre sí. Incluso hizo el ejercicio de intentar evitar a posta esa peculiaridad en sus siguientes escritos.
Creía que lo había conseguido cuando se dio cuenta de que en su última novela, tímidamente y sin llegar siquiera a personaje terciario, una de esas creaciones se asomaba a la trama. Así que, como no podía ser de otra manera, dejó de preocuparse y siguió escribiendo como hasta entonces.
Al fin y al cabo los libros son nuestros niños, que pueden estar a salvo del mundo en nuestro cajón o en la copia de seguridad de nuestro disco duro. Pero hay que tener el coraje para dejarles salir al mundo, dejarles que sean de todos y no sólo nuestros… Superemos el miedo a que nos juzguen como padres para que puedan amar libremente a nuestros hijos.
…
P.D.- Y por eso, queridos «amigüitos», no comento.
B
Pero cuando comentas, merece la pena leerlo. 😉
Gracias ^.^